sábado, 31 de marzo de 2018

Si Jesucristo levantara la cabeza...


Semana Santa. 

Semana de fe y reflexión. Religiosa o no.

Yo reflexiono. Reflexiono mucho. Tengo esa mala costumbre. 

Veo a la gente observando devotamente las procesiones, algun@s con lágrimas en los ojos, y me pregunto: ¿qué diría Jesús si levantara la cabeza? Seguramente pensaría, ¡qué bonito homenaje, qué sentido y qué estético! Luego se pasearía por el mundo y se diría:

"¡¿Pero es que acaso nadie me estaba escuchando?!"

¿Qué diría Jesús si viera a sus representantes en la Tierra abusando sexualmente de niñ@s inocentes, saliendo impunes, viviendo en palacetes mientras el 9,6% de la población mundial muere de hambre en la más absoluta pobreza?

¿Qué diría Jesús si viera a sus feligreses clamando por la pena de muerte?

¿Qué diría Jesús si viera el mundo que, con tanto mimo y cuidado creó para nosotr@s, siendo devastado?

¿Qué diría Jesús si viera a l@s refugiad@s siri@s muriendo de frío ante unas fronteras cerradas a cal y canto?

¿Qué diría Jesús si viera las guerras inútiles que se libran a los largo y ancho del mundo en su nombre?

¿Qué diría Jesús si viera a un@s cuant@s imponiendo sus criterios por encima de l@s demás?

¿Qué diría Jesús si viera cómo nos tratamos, cómo nos discriminamos? Nosotr@s, que fuimos cread@s como herman@s...

En fin, que me paso de reflexiva.

Felices vacaciones, y esas cosas. 


lunes, 26 de marzo de 2018

Canaria conoce Barcelona desde el aire

De hace un tiempo a esta parte y por cuestiones que no vienen al caso ahora, pillo varios vuelos nacionales (alguno internacional) anualmente. No sé qué pensarán ustedes, pero es un agotamiento como no hay dos.

Qué horror... 

Qué engorro...

¡Qué pereza tan grande, madre mía!

Llegar al aeropuerto con una hora y media de antelación. ¿Para qué? La mitad de las veces las colas son rapiditas y la otra mitad lo serían si esa gente no cobrara por horas. Mis hij@s, he visto cojos más rápidos. Pasamos al control de seguridad. Porque como no supuso suficiente padecimiento embutir el portátil y la ropa sobrante en el bolso de manos, ahora resulta que te hacen vaciarlo. ¡Y ojo! Quitarte botas, jersey, cinturones, gorros... Tan buenas no serán los putos detectores si tienes que marcarte un desnudo para atravesarlo, digo yo. Y eso si tienes la suerte de pasar limpia, sin pitidos ni sospechas. Porque yo debo tener una cara de narcotraficante que no se aguanta: ¡3 veces me han hecho ya el control antidrogas! Y me registran por lo menos 3 de cada 5 veces que viajo... Y te ves ahí, plantada, delante de los guardias que te miran recelosos... Y los viajantes, que te miran igual. Y tú te sientes el prota de una peli colombiana. Creo que haré caso a mi madre y me cambiaré el look, por si acaso ayude. 
Continuamos con la puerta de embarque... La cola de embarque estaba allí antes de que se inaugurara la puerta. ¿Me puede explicar alguien qué prisas tiene todo el mundo por entrar en el avión el primero? ¡Si te va a tocar esperar igual, dentro que fuera del trasto! Todavía si vuelas con Ryanair puedo entender la furia que se desata, pero, francamente, yo me he vuelto una señoritinga y ya solo viajo con compañías que me garanticen el asiento. Preferentemente en ventanilla, por favor, gracias, de nada, a ti, maja, por venir. 

Y, por fin, vuelas...
...
...
...
¿En serio hay alguien a quien le gusten los aviones? A mí viajar me encanta, me flipa... Pero una vez en el destino, porque el trayecto es una procesión sin santo (no offense, mis querid@s fanátic@s) Pero el avión es estrecho, incómodo para dormir, y la gente... Bueno, mi problema con la gente será tratado en otra ocasión, porque tengo tela yo con la humanidad así, en general. 

Y luego el aterrizaje. Yo he vivido aterrizajes de todos los tipos: buenos, muy buenos y ¿pero qué cojones ha sido eso y por qué el piloto quiere matarnos a tod@s? Por suerte, la experiencia es más buena que mala. Tras la avalancha salvaje para salir del avión (que sí, que salimos tod@s, déjense de impaciencias), viene la larrrrrrrrrrga espera por la maleta. Si puedo, viajo solo con maleta de mano, pero estas últimas veces mis viajes han sido de varias semanas de duración y he tenido que facturar maleta. Otro suplicio. Y esta vez, me centro en mi caso particular: yo soy de Gran Canaria, pero vivo en Tarragona. Tarragona no tiene aeropuerto, con lo cual, debes viajar a Barcelona y de ahí, tren o bus (no se enfaden, mis canari@s, es para que me entiendan los peninsulares y peninsularas). Bien. MILAGRO DEL SEÑOR QUE TE CUADRE EL HORARIO DE LLEGADA CON EL HORARIO DE SALIDA A TARRAGONA. En serio, eso solo pasa una vez, y coincide con el paso del cometa Halley. Tal día como hoy: viajo con Vueling (ejem), el aterrizaje está previsto a las 19.45hs, pero se produce a las 20hs, (supongo que por tráfico aéreo, porque si no, no entiendo los 20 minutos que nos tiramos volando en círculos sobre Barcelona), con lo cual el bus de las 20.05hs ya está perdido. La maleta no sale de la cinta hasta las 20.35hs, con lo cual corre para pillar un metro que te lleve a Barcelona Estación de Francia (leído con voz de metro) para luego coger un tren a las 21.08hs (último tren) dirección Tarragona.

¿Conclusión? Que me toca quedarme en la Terminal 1 del aeropuerto del Prat hasta las 22.40 hs que sale el ÚLTIMO bus a Tarragona...

Querid@s canarion@s que me preguntan por el transporte público en Tarragona, ya se pueden hacer una idea.

Para todo lo demás, no dejen de leerme 💓


PD: Esta es MI verdad, MI opinión. Cada cual tendrá la suya. 

miércoles, 7 de marzo de 2018

8M




Como mujer, tienes el derecho a no hacer huelga.


Como mujer, tienes el deber moral de hacer huelga.


Por ti.


Por mí.


Por nosotras.

lunes, 5 de marzo de 2018

El poder de las palabras

                                                               "La influencia crece como la mala hierba".
                                                                                              Varys, Juego de Tronos.



Vivimos en la era digital. Es una realidad.
Vivimos en una era dominada por internet y por las redes sociales. Lo cual, tiene sus ventajas, por ejemplo:
- Internet es una gran fuente de conocimiento al alcance de tod@s. Ya se dice, no hay nada que no sepa Don Google.
- Las redes sociales, como Facebook, nos permiten recuperar el contacto con personas que en algún momento pasaron por nuestra vida y que, ¿por qué no?, pueden volver a estar en ella.
- Instagram, Facebook, YouTube... Son excelentes herramientas de promoción. Yo soy muy partidaria de que sean un escaparate para nuevos negocios, grupos de música, etc...

Pero esta moneda también tiene una cara oculta:
La obsesión por estar día y noche conectad@s con el resto del mundo, mendigando atención y popularidad traducidas en "likes" nos aleja, no sólo de las personas que tenemos a nuestro alrededor, también de nosotr@s mism@s. Nos metemos en la piel de un personaje glamouroso y con éxito, fingiendo una vida que no es la nuestra. ¿Para qué? Al final, ese personaje nos absorbe de tal manera que ya no recordamos quiénes somos, y nos creemos que somos triunfador@s, que nos admiran... ¿Pero somos felices? ¿Realmente es esa la persona que queremos ser? Personas artificiales, con unos modelitos despampanantes, con una vida laboral de lo más activa, con un grupo "de amig@s" que llega a los 500 componentes... Pero nos miramos al espejo y todo es falso.
Internet crea una realidad paralela donde no somos nadie, más que el producto que los demás quieren que seamos. ¿Por qué?

Porque es lo que vende.

Puto capitalismo.

Ojalá saber de lo que se habla vendiera tanto como las pestañas rizadas, los ojos ahumados o las bromas de mal gusto...

No me malinterpreten. Siempre he sido firme defensora de la libertad de opinión y eso no va a cambiar ahora. Pero, coño... Está claro que cada un@puede hablar de lo que le dé la gana, ¡faltaría más! Pero no mata a nadie leerse un libro antes de abrir la boca... Nos permitimos el lujo de hablar de igualdad hombres-mujeres y criticamos el término "feminismo", pero no sabemos lo que significa. Tenemos miedo al comunismo y a l@s comunistas, pero no sabemos en qué consiste, Karl Marx nos suena a jugador del Bayern. Defendemos un partido político bajo el argumento "de entre lo malo es lo mejor", ¡y nos creemos que es un argumento válido para confiarles nuestr@ voto!

Insisto: defiendo el derecho de cada uno a decir lo que le venga en gana. Pero, ¡cuidado! Las palabras son armas poderosas: no nos damos cuenta del daño que hacen hasta que las hemos dicho. A día de hoy, los personajes que encontramos por las redes, l@s llamad@s influencers, son ejemplo para much@s, sobre todo, jóvenes. No necesitamos a ninguna Miranda Kerr hablando de lo agradable que es estar guapa para tu maridito y esperarle en casa con la casa limpia y la cena hecha. Cariño, hoy las mujeres también trabajan fuera de casa, y también nos gusta llegar y que las tareas las haya hecho el "maridito", que, casualmente, también vive y come en esa casa. ¿De eso no piensas decir nada, Miranda? No necesitamos a ninguna Cristina Pedroche desnudándose cada año para dar las campanadas y ser objeto de deseo de media España, ni ser tratada como un objeto (bonito, eso sí) por tu compañero de trabajo. Cristina, cariño, no sé quién te ha dicho que eso es "súper feminista", pero te lo digo, con toda mi buena fe y desde mi humilde opinión, eso no es feminista. Feminista es plantarte en tu lugar de trabajo con la ropa que te salga del coño, sin necesidad de enseñar lo currado que tienes el cuerpazo de gimnasio en una de las noches más frías del año, y que tu compañero de trabajo te trate como a una igual. ¿Por qué no se te ocurrió la idea de ser feminista llevando traje y corbata? ¿Por qué tu idea de ser feminista tiene que pasar, necesariamente, por mostrar tu cuerpo de mujer? No es necesario utilizar tu cuerpo como argumento. Y, ¡ojo!, que cada un@ puede vestir como le dé la gana. No es de eso de lo que estamos hablando. Hablamos del discurso que justifica la cosificación a la que se somete ella misma.

¿Necesitamos de verdad a gente como ReSet, el youtuber que dio galletas rellenas de pasta de dientes a un grupo de indigentes? ¿Necesitamos a Wilson Alfonso, que se dedica a ir por ahí robando besos a las chicas que encuentra por el camino? ¿Necesitamos a Mister Granbomba, llamando "caranchoa" a repartidores por la calle? Aunque de este último nos queda el consuelo de que se llevó, quizá con retraso, la apropiada ostia a tiempo...

En fin. Francamente, no sé cuál es la conclusión a la que pretendo llegar. Quizá solo quería lanzar esta reflexión...


PD: Esta es MI verdad, MI opinión. Cada cual tendrá la suya.